Era una época muy mala para estar enfermo, ya que si uno se quejaba, inmediatamente decían que tenía la peste; y si bien yo no tenía ninguno de los síntomas de ese mal, aunque estaba muy enfermo tanto de la cabeza como del estómago, tenía una cierta aprensión de estar efectivamente contagiado; mas comencé a mejorar después de unos tres días; durante la tercera noche descansé bien, transpiré un poco y cobré nuevas fuerzas. Junto con mi enfermedad desaparecieron también mis temores de que hubiese contraído la peste; y retomé mi negocio del modo habitual.
